Formación del cantor
La Formación del Cantor es la formación musical de la Escuela del Ser. Un programa integral para aprender música de una manera esencial y orgánica. Una formación que se inspira en la forma de aprender música de los grandes compositores occidentales desde el siglo XII hasta el XIX. Una enseñanza de la técnica musical desde una perspectiva unificadora.
La Formación del Cantor propone una visión no fragmentada de la enseñanza musical, e incorpora elementos que no se contemplan en la enseñanza oficial actual. La Formación del Cantor es una enseñanza que integra en un solo corpus no solo la técnica musical, creatividad e improvisación, sino también la presencia escénica, la conciencia y la esencia o ser de las personas.
Antecedentes
Durante siglos y hasta los tiempos de Juan Sebastián Bach e incluso hasta Wolfgang Amadeus Mozart, la enseñanza de la música se hacía de una manera eminentemente práctica. Eran escasos los libros de texto y los maestros enseñaban las materias simultáneamente; canto, contrapunto, instrumento y formas musicales eran aprendidas por el discípulo con propósitos funcionales. El maestro debía formar alumnos que fueran capaces de desempeñar satisfactoriamente las funciones que se les exigiera en sus futuros puestos de trabajo como instrumentistas o compositores en las distintas cortes o en la iglesia. Enseñaban, por ello, de manera práctica, lo cual no significaba que no hubiera reglas. Las regulaciones y restricciones técnicas eran importantísimas; es más, formaban parte de conceptos mayores, más allá de la música, eran reglas “cuasi” espirituales.
Vaya por delante un único ejemplo que ilustra el tipo de reglas a las que los antiguos daban especial importancia: la articulación y su amplísimo campo de expresión. La articulación adquiría elevadas resonancias afectivas y anímicas. Hay que decir que aunque la articulación haya sido siempre para los músicos un factor vital a la hora de sentir y expresar la música, hoy en día no tiene en absoluto la importancia que tenía para los antiguos.
El conocimiento profundísimo y práctico que se tenía de la acústica, era fundamental para el desarrollo de la música espiritual. Esta se desarrollaba en espacios acústicamente preparados para favorecer resonancias que permitían a los músicos y oyentes tener una elevada experiencia religiosa. Por ello el conocimiento de los armónicos era fundamental en la práctica de la música antigua y por tanto troncal en la enseñanza. Ahora la Escuela del Ser con su Formación del Cantor rescata dicha enseñanza y la pone en valor.
Pero no solo los antiguos conocían la magia de los fenómenos acústicos, también grandes compositores mas cercanos en el tiempo como por ejemplo Maurice Ravel, y por supuesto Bach – en realidad todos los compositores- fueron conscientes del inmenso potencial creativo y de la dimensión espiritual de la famosa, increíble y “divina” “Serie de Armónicos”, supuestamente descubierta por Pitágoras.
Retomamos el tema principal de como se enseñaba hasta hace aproximadamente dos siglos y medio. La improvisación, o creación en el momento, jugaba un rol muy importante en la formación de un futuro músico. Aunque esta práctica fue decayendo gradualmente durante el siglo XIX en el ámbito de la llamada “música clásica”, por supuesto, y afortunadamente, el estudio de la improvisación no ha parado de crecer y evolucionar, siendo en la actualidad la corriente del jazz la que más ha desarrollado la creación en el momento. La improvisación, o creación en el momento, siempre ha sido planteada y realizada contemplando determinados parámetros y condiciones. Reglas e indicaciones de todo tipo, desde concretas reglas armónicas, melódicas y formales hasta propuestas donde la dinámica, la tímbrica y otros diversos y originales factores son tenidos en cuenta.
En la Formación del Cantor por tanto se trabaja también la improvisación. La innovación estriba en que además de improvisar musicalmente, se aprende a improvisar desde un espacio interior, desde el Ser. Este aspecto se explica en detalle dentro de los cursos de voz.
Referente a lo académico no solían existir escuelas o conservatorios que emitieran títulos. El músico debía demostrar en la práctica y con su pericia que era merecedor del puesto al que aspiraba. Como mucho, los maestros recomendaban a sus alumnos. Un ejemplo que ilustra perfectamente lo descrito anteriormente es el de J. S. Bach, quien fue el maestro de sus hijos compositores, y hasta que no estuvieron perfectamente formados no les permitió salir al mundo a trabajar. Además Bach padre tuvo muchos alumnos privados aparte de sus numerosos hijos. ¿Qué mejor garantía de calidad y formación completa podían tener todos ellos, dada la fama y prestigio que tenía J. S. Bach dentro del mundo musical germano?
Otro caso claro es el de Leopold Mozart, quien instruyo paso a paso a su hijo Wolfgang Amadeus. Pero no solo entre padres e hijos se daba este trasvase de conocimientos. Existían maestros que aceptaban discípulos no sin antes someter a las pruebas pertinentes el talento de los aspirantes, que por supuesto eran niños. Era el mismo planteamiento que se daba en todas las artesanías, oficios y artes diversas. El arte de la música era considerado un oficio que había que dominar. Como aspecto importante a tener en cuenta en esa forma de enseñar, es que estaba planteada casi como un camino de iniciación, como una educación completa, en la que se ponía énfasis en la educación moral y religiosa del estudiante. De alguna manera el futuro maestro debía de desarrollar cualidades elevadas además de aprender el oficio pertinente.
Este fenómeno pedagógico, aunque ya en cierto declive, es el que se sigue dando en la actual India, donde aunque existan algunas escuelas, se sigue enseñando de la manera descrita. También en otros países de oriente se plantea de esta manera. Y no solo en la música sino en muchas otras artes y oficios.
Volviendo a occidente, hasta finales del siglo XVIII no existían aún los conservatorios, ni programas de estudios tan unificados y generalizados como existen hoy en día. Eso vendría un poco más tarde, a principios del siglo XIX, después de la Revolución Francesa. Después de esta todo cambió. La burguesía se hizo fuerte y decidió cambiar las cosas. Se crearon los conservatorios y fue con su aparición cuando se decidió compartimentar y fragmentar el estudio de la música en muchas materias.
Empieza entonces una era. Una era que antepone, en la enseñanza, la teoría a la práctica. Evidentemente, como sucede con los procesos de todo tipo, hubo un tránsito, pero no fue este demasiado gradual, sino rápido y radical. La era industrial entro con fuerza en la vida de las personas y muchas costumbres desaparecieron rápidamente. Aparecieron otras formas de vivir, de enseñar y de aprender. Y la esencia se fue olvidando gradualmente.
La dedicación personal del maestro hacia sus discípulos, el tiempo que les dedicaba, fue menguando. Salvo excepciones, la enseñanza se masificó e hizo pública. Y algo que en principio pudo ser algo positivo, trajo consecuencias a otro nivel. Se olvidó, insistimos salvo honrosas excepciones, el cultivo de la esencia de la persona, de su Ser, de su alma. Se sustituyo gradualmente por información fragmentada. La unidad se perdió. Hoy, sufrimos las consecuencias de ese cambio.
La Escuela del Ser: música, artes y autoconocimiento, aparece como alternativa a un planteamiento fragmentado. Propone recuperar a través de la Formación del Cantor maneras antiguas que eran profundamente respetuosas con los tiempos de aprendizaje de las personas, que eran amorosas a pesar de su apariencia rigurosa, que eran eminentemente prácticas y funcionales y que consideraban el cultivo del alma de las personas como parte fundamental para vivir en este mundo de manera trascendente.
Uno de los títulos que se le daba a un músico formado era el de “Cantor”, pues el trabajo con la voz era un aspecto fundamental en la enseñanza y práctica de la música, tanto para instrumentistas como para compositores. De hecho, la división tan marcada hoy en día entre compositor e instrumentista no existía tanto en aquella época. Prácticamente todos los músicos componían, dado que la composición, algo tan mitificado en la actualidad, era un “modus vivendi” que cualquier que fuera músico practicaba habitualmente por necesidad. Se componía para proveer de nuevo material a todos los eventos de la vida cotidiana social y religiosa.
Improvisar, variar una melodía, era el juego, el privilegio de cualquier músico. Como se ha dicho más arriba, no se concebía la práctica de la música sin la improvisación, sin la creación en el momento presente.
Esta manera de plantear la enseñanza es rescatada y recogida en esta “Formación del Cantor”. Sin ser una nueva forma pedagógica, más bien al contrario, es, hoy en día, una propuesta casi revolucionaria.
Es obvio que en esta “Formación del Cantor” no daremos la misma información musical que en tiempos de Bach. Trabajaremos tanto con material actual como de épocas anteriores: Palestrina, Bach, Mompou, Satie, Ravel, Bartok, Brahms, armonía de Jazz, músicas de distintas culturas, hindú, persa, otomana, japonesa, etc.
En cuanto a la metodología que se sigue en la Formación del Cantor, obviamente, es la voz el instrumento principal utilizado desde el comienzo de los estudios. Una educación auditiva que toma profundamente en cuenta el fenómeno del sonido y su internalización. Un acercamiento al instrumento desde el sentir el sonido, la acústica, la creatividad y la improvisación.
El estudio exhaustivo de la Serie de Armónicos y toda la impresionante información que porta consigo. El estudio de las formas desde la escucha consciente. Un trabajo con la creatividad que contempla desarrollar y potenciar las cualidades personales de cada alumno.
Todo ello sustentado y apoyado con un trabajo de conexión con la Esencia, con el Ser, a través de la toma de conciencia corporal y ampliación del campo perceptivo.
La metodología descrita está contenida y desarrollada en la materia “Sonido y Frase”, la cual tiene está descrita al detalle en la página siguiente.